Soñar a pierna suelta
Quisiera soñar a pierna suelta que sí existe un país del Gobierno de las Manos Encallecidas porque durante más de doscientos años sólo hemos vivido una aristocracia disfrazada con indumentaria demócrata sirviéndose del pueblo al que dice representar y una y mil veces, contradiciendo a los griegos que la definieron como la más justa de las formas de gobierno, sólo han dilapidado los bienes públicos rifándoselos entre las castas privilegiadas que se creen nimbadas del derecho divino para disponer a su antojo de lo que le pertenece al pueblo.
¿Por qué no podríamos ver con mirada pura un proyecto que en nada contradice la visión bíblica de un universo en armonía?
Escuché atento el discurso repentista del nuevo presidente de Colombia, Gustavo Petro Urrego. No encontré el más mínimo concepto que contradijera el raciocino natural de una mente lúcida. Porque todos quisiéramos vivir en un territorio nacional donde la mayor riqueza esté contenida en la biodiversidad tanto natural como humana moviéndose en un entorno de respeto y armonía y contemplando con pupila límpida la belleza de ser distintos en la conformación de un mosaico cuyas fuerzas, centrípeta y centrifuga, radiquen en el querer deliberado de mantenerse en el concierto planetario de las sinergias cósmicas posibilitadoras de la permanencia.
Además, como creyente católico, vi deslizarse en cada vocablo emotivo del electo mandatario y de su formula vicepresidencial, el mundo que la Iglesia propugna por establecer desde que su fundador la estableció cual imagen del Cielo en la Tierra, cuando decidió, según los exégetas, sutilizarse el cada palabra de la Oración Dominical por antonomasia. Porque entiendo que el Padrenuestro no son palabras. Es Jesús mismo el que se hizo plegaria en esta Oración, de modo que al proclamarla, movidos por el Espíritu Santo, cada uno de los creyentes dispersos por el mundo unimos el Cielo con la tierra trancitando el único puente que trazó la Trinidad Santa, Jesús, contenido en moldes graficos a los que el Espíritu Santo, que habita en nosotros por el bautismo, da fisonomías fónicas elevadas cual volutas de inciezo engarzadas en alas de los ángeles hasta la Augusta Presencia del Altísimo.
Entonces mi sueño anhelado es creer que ese porvenir, posible de vislumbrar ahora, compagina en las palabras que dirigí a monseñor Luis Adriano Piedrahita Sandoval la noche del 17 de agosto de 2007, cuando jubilosos lo recibimos procedente de Cali como obispo de Apartadó:
“Es la Iglesia que peregrina entre gozos y esperanzas, entre luces y sombras hacia el encuentro con el futuro, sabiendo que Dios está trabajando con nosotros. El viene a nuestro encuentro desde el futuro y fermenta nuestro presente. Él vela nuestro tránsito través de la historia como un día veló también mientras su Pueblo hebreo salía de la esclavitud del faraón hacia la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Atraídos por Aquél que colma nuestra vida, vamos como llamados por el Espíritu, buscando siempre nuevas dimensiones de la verdad que nos ha consagrado, como en busca de nuevos rostros de Aquel a quien hemos conocido y al que servimos: Jesús, nuestra luz y nuestra esperanza.”
Sé que sueño despierto y más de uno de quienes me lean me va a sacudir: “Hey, estamos en Colombia, el país del nunca jamás, la tierra que sólo estaba en la mente enfebrecida de Tomás Moro cuando diseñó La Utopía.
Bien.
Les recuerdo la reflexión del Papa Inocencio III, cuando los avaros cardenales le gritaban que sacara al “poberello” de Asís de la Basílica de Roma a donde había ingresado vistiendo harapos, en medio de la pompa y opulencia de los dueños del mundo, a pedir permiso al vicario de Cristo para vivir la regla de la pobreza:
“Si le digo que no, estoy afirmando que el Evangelio es imposible de vivir.”
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