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El obispo se va recién atardecido

Entristecido mi espíritu, en homenaje a monseñor Luis Adriano Piedrahíta Sandoval, publico mi despedida del día en que se fue para Santa Marta:


Foto: Conferencia Episcopal de Colombia

Habiendo recibido a raudales la gracia divina a través de su ministerio apostólico, y en un ambiente de cordialidad, despide hoy Urabá, en este monasterio sacro, a monseñor Luis Adriano Piedrahita Sandoval, nuestro cuarto obispo durante siete años, que se va para Santa Marta. Brota por evocación natural la poesía en el sensitivo Testamento del maestro Rafael Escalona, justo cuando partía de Valledupar hacia el insigne Liceo Celedón de dicha capital samaria, que ahora parafraseo un poco:

 



"Oye morenita te vas a quedar muy sola

Me traslada el Vaticano

Sin contar con mi deseo.

/Y por obediencia se va Luis Adriano

Pero de recuerdo te deja un paseo/

Que te habla de aquel inmenso amor

Que llevo dentro del corazón

Que dice todo lo que yo siento

Que es pura nostalgia y sentimiento

Grabado con el lenguaje grato que tiene

La tierra e Pedro Castro.

 

Adiós morenita me voy por la madrugada.

No quiero que me llores porque me da dolor.

Paso por Valencia, cojo la sabana,

Caracolicito y llego a Fundación.

Y entonces, me tengo que meter

En un diablo al que lo llaman tren

Que sale, por to’a la zona pasa

Y de tarde, se mete a Santa Marta.

 

Ese orgullo que tú tienes no es muy bueno

Te juro que más tarde te vas a arrepentir

Yo sólo he querido dejarte un recuerdo

Porque en Santa Marta me puedo morir.

Y entonces me tienes que llorar

Y de ñapa me tienes que rezar.

Y claro, te tienes que poner traje negro

Aunque no gustes de él.

Y entonces te vas a arrepentir

De lo mucho que me hiciste sufrir.

 

A ti te pusieron ese nombre sin razón

Porque no corresponde a tierra que prospera

Yo ‘e debi’o llamarte mortificación

Tormento divino, pero no Frontera

Y a un ángel yo le hubiera robado

Tu nombre para que fuera raro

Y al cielo yo le hubiera pedido

Tu nombre pa que fuera el más lindo."

 

“De tarde.” Se va usted Monseñor, recién atardecido. Y quisiéramos tener la certeza de que sube al encuentro con días bañados de luz, transportado por ese tren del progreso, y adiestrado por el Evangelii Gaudium de nuestro Francisco latinoamericano. Se dirige al emblemático territorio del Río Grande de la Magdalena, ruta única del Evangelio hace más de quinientos años, climatizado en nuestro cosmopolita Darién Colombiano, donde le correspondió celebrar la efemérides única de las Bodas de Plata de los comienzos de nuestro Nuevo Testamento en estas tierras de Santa María.  Se despide usted de esta “morenita” políglota y polícroma; politeísta y polígama, polifacética y poliétnica, polifónica y politécnica. Poli de todo en todo. Que hace sufrir de todo y que sufre de todo. Que tiene de todo y a todos da de todo, porque ella es de todo. Siendo además, omnívora.

 

De hecho, monseñor Jorge Iván Castaño Rubio, confiesa que, por aquellos días del nacimiento de esta morenita, estando en Conferencia Episcopal, sentado al lado de monseñor Isaías, le susurró al oído: “Más tarde le cuento sobre los límites de su nueva diócesis.” Y concluye que, el primer Obispo de Apartadó, esquivó el encuentro con su vecino. Tal era el estupor que padecía por entonces nuestro Isaías, a causa de esta “morenita retrechera” que embruja a quien viene a visitarla, según las “carrilladas” del padre Fabio, autor de la sentencia que reza así: “Urabá es una casa de empeño: quien pasa más de seis meses en ella, se queda.” Usted, monseñor, habidas noticias de su traslado, tiene sentimientos encontrados. Su mente recorre de seguido el vasto territorio donde ella peregrina. Se sabe de memoria su accidentada geografía y puede cantarle con propiedad la tonada de Mateo Torres, en la voz del Binomio de Oro:

 

“En cada gota de sangre que tengo cabalga un recuerdo.

Cada recuerdo es motivo sincero pa' quererte más.

En todo sitio de mi cuerpo siento que algo de ti llevo.

Tú formas parte del grande tesoro de mi intimidad.”

 

Sus insólitos senderos, usted anduvo y desanduvo en sus diversos medios de transporte. Desde un rústico botecito, surcando el legendario Atrato, hasta los automotores de alta gama que rugen en sus Vías de la Prosperidad. Parajes solitarios, le hablaron con frecuencia de tristes soledades muertas, donde antes hubo más que barullos de gentes nobles, desaparecidas e inmisericordemente silenciadas por el anacrónico terrorismo de Estado. Allí, sin duda, usted avaló las aseveraciones dolorosas de Isaías Duarte Cancino cuando, en San José de Mulatos, inaugurando la capilla en medio de un pueblo fantasma, acopio hoy lejano, de inmensas veredas productivas, exclamó: “¡Hay lugares a los que, lamentablemente, llegamos tarde para la esperanza!” Su sensibilidad pastoral ya le augura dolores proféticos en el campo de su nueva mies. Porque también allá, a flor de piel, se deja ver la llaga incurable de la violencia y de la desigualdad social que nos carcome por doquier pues, en la economía neoliberal reinante, somos pueblos indeseados. Todos verificamos lo que, tiempo ha, los poetas populares dolidamente cantan con Alí Primera:

 

"Qué triste, se oye la lluvia

En los techos de cartón.

Qué triste vive mi gente

En las casas de cartón.

Qué lejos pasa la esperanza

En los techos de cartón."

 


Ya Puebla, desde 1979, denunciaba la pérdida de la visión humanista, y la imposición de un modelo materialista, que genera, a nivel internacional, “ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más pobres.” Y que, “La situación de extrema pobreza generalizada, adquiere en la vida real rostros muy concretos en los que deberíamos reconocer los rasgos sufrientes de Cristo, el Señor, que nos cuestiona e interpela.”  De Jesús es este gemido: “cómo me duele la piel, de tanto pensar en ti.”

 

Pero además de esas tristezas, usted vivió y vive otras de carácter endógeno: deserciones, escándalos sexuales y situaciones anómalas, junto al fenómeno alarmante de la escasez de vocaciones específicas las cuales, según San Juan Pablo II, son señales inequívocas de la vitalidad y madurez de una comunidad cristiana . El cierre definitivo de varias casas religiosas, son heridas lacerantes que nos avocan a la desconfianza, insomne abismo del tentador insinuante. Y son piezas frecuentes en el mosaico resultante de su ministerio episcopal en Apartadó. Escandalizado y triste, afrontó esto y mucho más, casi siempre, sólo y enfermo. Se sintió defraudado porque su diáfano corazón sensible no sabe de dobleces ni ambigüedades en la palabra empeñada.

 

Humilde y silencioso, de semblante adusto, no dejaba traslucir, a simple vista, simpatía. Pero era todo un placer interactuar sobre cualquier tema, con su amenidad asombrosa que lo torna afable y grato, soportando y hasta propiciando bromas, pues gusta del buen humor, fluido con natural donosura. Su timbre de timidez ante los eventos sociales, lo hacían presentir como ausente. Y aquí en Urabá no gustamos de las nuevas formas de presencia que inauguró Pablo Neruda en su Poema XV:

 

"Me gustas cuando callas porque estás como ausente

Y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.

Parece que los ojos se te hubieran volado

Y parece que un beso te cerrara la boca.

Como todas las cosas están llenas de mi alma

Emerges de las cosas, llena del alma mía.

Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,

Y te pareces a la palabra melancolía.

Me gustas cuando callas y estás como distante.

Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.

Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:

Déjame que me calle con el silencio tuyo.

Déjame que te hable también con tu silencio

Claro como una lámpara, simple como un anillo.

Eres como la noche, callada y constelada.

Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente.

Distante y dolorosa como si hubieras muerto.

Una palabra entonces, una sonrisa, bastan.

Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto."

 

Sin embargo, nos deja su pastoreo, huellas indelebles, aunque su nobleza, igual que la valentía y resolución con que afrontó los desconcertantes desafíos de aparición insospechada, dan la sensación de no habérseles tenido en cuenta, si bien, su gestión límpida y decidida, permanece como testimonio incuestionable, al lado del mérito laudable, de regresar, en modernos edificios, casa y curia episcopales al sitio reclamado siempre por el pueblo, en estos más de veinticinco años, habiéndolas visto nacer allí.

 

Después de monseñor Isaías, usted retomó la metodología del Plan Pastoral diocesano que, por desgracia, no contó con el acato y beneplácito esperados. Pero creó un temple de apertura que indudablemente conducirá a futuras convergencias. La flacidez de nuestro presbiterio disperso, lo recordará como quien quiso reunirnos con frecuencia a todos, regresándonos a la mente inicial de la diócesis que vibraba unísona con un mismo sentir y un mismo obrar, porque tenía consenso pastoral sobre las realidades que afrontaba cada día con parresía mancomunada.

 

Sus siete años de gestión eclesial, podría decirse, nos devuelven hacia el punto de arranque de esa Iglesia en salida que va delineando el Papa Francisco: Una Iglesia Pobre, para los pobres. La Iglesia de la periferia. Una diócesis consciente y anhelante de renovación. Una Iglesia periférica en Urabá, que no olvide sus contrastes inmemoriales.

 

Carente de identidad propia, la ha buscado por todas partes menos donde desde siempre se vislumbra una luz poderosa, preludio de tesoros escondidos. Fruto de encuentros negados y amalgama forzada, ha pretendido borrar su cruento pasado ignominioso, para establecerse como una realidad nueva. Hoy por hoy, todos los grupos humanos que la pueblan, carentes de sentido de pertenencia, no tienen empoderamiento de su territorio.

 

Irónicamente, la etnia más combatida y despreciada desde el inicio, la de los indios, es la única cimentada en el básico principio garante del auténtico progreso. Ellos tienen identidad propia y se sienten orgullosos de su pasado y de las Cosmogonías de su cultura milenaria. Imposible de olvidar, aquí, lo sucedido al paladín Isaías, cuando fue presto a saludar al resguardo de Caimán Nuevo en Necoclí y lo recibió el gobernador de aquellas tribus con un mensaje: “Monseñor Isaías, dígale a la gente de Urabá que aprenda de nosotros el respeto a la vida y a la naturaleza.”

 

Y el apóstol Isaías difundía por todas partes ese Evangelio nítido que no necesita homilías porque está encarnado en el pueblo aborigen que sobrevive entre nosotros. Pero sobre ellos sigue vigente el Lamento Arahuaco en estos versos de Santander Durán Escalona:

 

"Hoy sólo quedan de aquellas glorias

leyendas, ritos, resignación,

/mucha tristeza, bellas historias

y el gran olvido de la nación. / 

Hoy, perseguido y desamparado,

solo salvando su tradición,

/el indio pide ser escuchado,

ser hombre libre, tener honor ." /

 

Emergen poderosos, los pueblos afrodescendientes, promovidos valerosamente por nuestro ecobio Neil Alfonso Quejada Mena, cuyo apasionado modo de asumir su reto nos da temores infundados y nos hace mirar con desconfianza el fruto de sus acciones pastorales. Así cantan su historia en ritmo vallenato: Soy Pescador, del mismo poeta rebelde:

 

"/Mi abuelo fue un esclavo que escapó

Una noche de invierno en Cartagena. /

/Ay, viviendo como esclavo sigo yo

de qué sirve romper esas cadenas. /

La luna se refleja suavemente

Sobre las verdes aguas del remanso.

/Ay, cantando el pescador lleva en la mente

Historias de miseria y de quebrantos." /

 

Estas dos fichas, india y negra, son clave hermenéutica de antropología para ganar la edad adulta de la Iglesia de la Periferia. Nos parece que vienen de lejos. Pero han estado desde el principio. Mientras que todas las otras son advenedizas y pretenden quitar lo que había para implantar lo que traen. Ni la una ni la otra por separado. Porque son opciones excluyentes. Es confluencia. No es una pintura, obra de un maestro representante de la escuela de turno. Es un mosaico incluyente. Una sincronizada polifonía. Obra perfecta del Arquitecto y Músico de todos los tiempos: Jesucristo. Él, a todos nos abraza con el mismo gozo universal de la Madre que quiere ser nombrada en todas las idiosincrasias habidas y por haber. A este respecto, asombra sobremanera, constatar que esa visión de la Iglesia Periférica de los pobres y de los excluidos, la tienen más clara y concisa, artistas, literatos, cantantes, periodistas y activistas de derechos humanos, quienes no dudan en asumir como propias estas causas irredentas, arriesgando heroicamente sus frágiles vidas, sin temor al destierro o la infame estigmatización social. Impávidamente los vemos caer abatidos a diario, sin que esto nos produzca el más mínimo sentimiento de emulación.

 

Si le sirviese, monseñor, de paliativo, tenga en cuenta, que usted pertenece al Valle del Cauca. Una tierra en la que, desde su implantación, el Evangelio permaneció irrigado sin intermitencias, permitiendo el arraigo de una cultura eclesiástica permanente; en tanto que Urabá, la Puerta de la Fe, jamás gozó, ni supo nunca, del significado de lo estable. Sólo ahora empieza a dar sus pininos incipientes y naturalmente vacilantes. En atonía se encuentra todavía la unidad en la diversidad, que la deberá caracterizar.

 

El desconcierto que tantas veces le hemos generado, a nosotros, nos sería más comprensible si tuviésemos en cuenta esta verdad de su raigambre cristiana. Y a usted, daría más sosiego cuando, los balances de sus logros, perturbasen su delicada conciencia de pastor. Su obra evangelizadora entre nosotros, se dio luego del trágico deceso del santo Germán García Isaza, cuyos proyectos fueron abruptamente truncados pues, en bien pisó nuestro suelo, le asignaron el diseño de la plataforma para la desmovilización de las fatídicas AUC, sueño que apenitas se iniciaba a perfilar cuando ya el maligno cáncer linfático, lo iba despedazando. De modo que, en la mayoría del presbiterio, quedó una rara sensación de vacío estéril, junto a los sinsabores que producía la radicalidad de su pobreza evangélica que, a muchos, tanto nos incomodaba. 

 

Pero, precisamente sus últimas palabras, dirigidas a un equipo significativo de laicos comprometidos, citados por él, en son de despedida, contienen la pócima energética requerida hoy para usted y nosotros. Les habló así: “A ustedes les digo, trabajen mirando siempre los logros obtenidos, porque eso genera optimismo. Avancen, valorando las metas alcanzadas. No miren lo que falta, porque eso desanima. La esperanza no defrauda. La esperanza nunca muere.” Y ante la escasa presencia de algún testigo, en Medellín, cuando se iba a someter al último tratamiento de quimioterapias, sabiendo que perdería definitivamente su estado consciente, dijo: “Señor, haz que esto valga. Lo ofrezco por mi diócesis. Por mis sacerdotes. Por la unidad de mi presbiterio. Para que se amen y sean santos.”

 

Monseñor Luis Adriano, nos duele su partida. Pero también nos regocijamos viéndolo promovido a la noble diócesis de Santa Marta a donde le auguramos benigno clima para su salud, vulnerada en estas estribaciones que muchos extranjeros catalogan de insalubres pero que Dios bendice a profusión con todo.

 

Al írsenos, usted sabe, y nosotros deberíamos saberlo, que los operarios de esta Viña no trabajan por el éxito sino por la extensión del Reino. Es Dios quien da el crecimiento. Urabá glorifica a Dios por su pastoreo y agradece noblemente a usted su capacidad de acompañamiento tan teñido de sufrimiento como escaso de alegrías estables. Con palabras de Porfirio Barba Jacob, usted, al dejarnos definitivamente, puede afirmar: “Yo reposo tranquilo en mi obra. (...) Yo entrego mi trigo, seguro de que va en él la savia de su campo. La posteridad separará las gavillas pequeñas y vanas, las que brillan menos por la madurez de los granículos que por el vívido oro de las pajuelas. Se me reducirá acaso a unas cuantas páginas de antología. (…) Pero algún grito mío subsistirá. Porque por mi boca han hablado el dolor (…) y la esperanza.”

 

Discurso pronunciado por Manuel Gregorio Paternina Álvarez, pbro, en la despedida por parte del presbiterio y comunidades religiosas a Monseñor Luis Adriano Piedrahita Sandoval, obispo de Apartadó, promovido a Santa Marta. Carepa, Monasterio de la Visitación, 19 de septiembre de 2014.

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