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Cavilaciones Entre Los Choibaes

El joven periodista, procedente de la ciudad a la que suele mallar “Babel”, iba cavilando en la banca trasera del campero rústico UAZ en que se dirigía a los caseríos aún despoblados de El Osito y el Bajo del Oso, sabía a qué iba. Allí, en el último caserío se perpetró una masacre hace ya varios años, hecho del que se debe hacer memoria y justicia, pensó.

En la parte oriente del caserío El Osito, se alza, imponente, un verdísimo templo natural sostenido por diversos troncos de árboles vivos.


Al llegar la noche, el silencio tenso era conjurado por un numeroso coro de diminutas y coloridas ranas canoras, espléndidas todas ellas entre las hojas secas, piedras, plantas y árboles nativos. Cada uno de esos árboles posee una callada historia épica de tanto resistir continuos zurriagazos de rayos, tormentas y vendavales. Cada una de esas ranas algo murmura y a veces pareciera que están contando estrellas o croando oraciones a los muertos del Bajo del Oso, a pesar de la distancia entre una vereda y otra.


Cuando don Mauricio Escobar, artista plástico, le presentó sus jóvenes árboles de choibá (que poco pinta en sus lienzos, pero que cuida muy bien con sus manos amorosas), el periodista empezó tomar apuntes en su libreta. Por su parte, don Mauricio alababa la templanza y reciedumbre vegetal de los choibaes, que compara con el acero, “Son los únicos árboles capaces de resistir los voraces incendios de marzo, cuyas bailarinas lenguas de fuego solo alcanzan a lamer la corteza”. Dijo.


Los choibaes —continuó don Mauricio — hasta hace poco fueron gigantes recios, héroes vegetales en las selvas de Urabá. Luego llegaron las ruidosas máquinas con sus espadas dentadas, también de acero, y convirtieron sus ramas colosales en estacones de cercado, aserrín y carbón. Don Mauricio le contó al periodista, quien permanecía muy atento a sus palabras, que el último choibá lo cortó, durante una sequía en la región, el aserrador José Candó. Antes de derribarlo, recolectó sus semillas esparcidas por el suelo y se las obsequió a él, quien las cultivó con amor de padre hasta que germinaron; luego, celebrando un ritual de fertilidad con su esposa Nubia y algunos pájaros, sembró las semillas en su parcela “La FM” (Frutales y Maderas)


Don Mauricio, poco le habló al joven periodista, de los muertos del Bajo del Oso por razones que solo él sabía, por eso prefirió , llevárselo más bien hacia El Osito, sin embargo, el periodista con sutileza, fue más allá de la historia de los Choibaes.


Con paciencia de santo, don Mauricio Escobar, ha visto crecer esos árboles diseminados por su parcela y más allá, tan así que algunos árboles, misteriosamente, se movieron unos pasos del sitio donde los sembró y fueron a parar a orillas de una quebrada cristalina, sendero por donde llevó a caminar al periodista, por donde regularmente suele caminar por días enteros avistando pájaro de monte. El sendero es una ruta sagrada donde crecen, imponentes, los heroicos gigantes verdes y, distintas variedades de heliconias. En uno de esos recorridos, don Mauricio se topó en pleno bosque con su tío Mario Escobar Velásquez, célebre escritor que consagró la particular vida rural de Urabá en su prolífica literatura. Mario Escobar andaba por aquellos parajes siguiéndole las pisadas “al último tigre de Guapá”, vereda cercana al municipio de Chigorodó. Don Mauricio y Mario Escobar cruzaron unas cuantas palabras y, cuando éste se enteró de la temeraria afición del escritor, Cando dijo: “Ya estoy cerquita del tigre”, Mauricio Escobar, sintió de pronto deseos de treparse a un árbol de choibá, se despidió aprisa y se internó entre el monte como caminando sobre el aire, pues no se escuchó el más mínimo ruido de hojas secas. Don Mario Escobar Velásquez siguió rastreando las felinas huellas, solo con la libreta de apuntes y el lapicero en sus manos.


Los choibaes, cuando llegan a la edad de diez años, se convierten en un generoso microcosmos habitado por el viento, el sol, la lluvia, hormigas, enredaderas, mariposas, pájaros ancestrales, cigarras, grillos, espíritus de la selva y ardillas rojas que festejan la llegada de la primera cosecha de sus frutos maduros, cuyas semillas son tan duras como su misma madera. Fue por eso que de un tiempo para acá, estos corpulentos árboles fueron explotados para construir las muchas corralejas del doctor Alejo Urquijo y otros latifundistas ganaderos de la región. Allí guardan con atenciones y cuidados que ni los mayordomos de sus fincas tienen, el ganado más gordo, para luego, con una risilla burlona, llevárselo en camionadas hacia la feria de ganado en “Babel” ciudad de Medellín.


Antes del regreso del joven periodista con sus apuntes sueltos acerca los choibaes y también sobre la barbarie cometida en el sector Bajo del Oso, como en muchos otros lugares de Colombia, sentado en el mismo puesto del vehículo en el que llegó a El Osito, ya entrada la noche, conoció a Dámaso Ruiz, trabajador de don Mauricio Escobar. Dámaso le contó varias historias reales sobre cómo ocurrió esa masacre en el Bajo del Oso y, otras historias fantásticas acerca de los árboles de la parcela de don Mauricio, también le enseñó el proceso del sembrado y mantenimiento, pero le aclaró: “Señor periodista, quien sí los conoce de verdad es don Mauricio y su esposa Nubia, a él y a su esposa los he visto en noches de luna clara hablándoles, abrazándolos con mística, como haciendo un secreto pacto con ellos. Además, les conocen el lenguaje ancestral de la savia, el alma secreta de los choibaes, de los robles, que está en el canto de los pájaros cada que se posan en las altas y frondosas ramas.

El periodista también quiso hacer un pacto con esos titanes de madera para ser fuerte como ellos, cuya edad puede llegar a sobrepasar los doscientos años parados sobre la tierra que los sostiene, monumento de esplendor, pensó mientras comenzó a cavilar nuevamente sobre las hondas heridas sangrantes de Urabá, de su país Colombia.


Los Choibaes que sembró don Mauricio Escobar en compañía de doña Nubia su esposa, se elevan desde la tierra negra y fértil hacia el cielo azul de El Osito, quizá rememorando el espíritu de los antiguos árboles que ya no están, de los seres queridos que tampoco están, bosque sagrado de los de los que ya no están presentes, que no se deben olvidar y que, junto con los pájaros gulungos, loros, guacharacas y guacamayas, son el alma de esos inextinguibles árboles y seres humanos ausentes; de esos árboles memoriosos cuyo conjunto de frondas forman el templo levantado por don Mauricio, para que las ranas y grillos sigan elevando cerca de su casa mágica, en su parcela “La FM”, oraciones para exorcizar la soledad que hoy acompaña al hombre de los Choibaes.

El joven Periodista, ha regresado a “Babel” y, se ha enterado hace poco, que doña Nubia, la esposa de Mauricio, se ha convertido en un arrebol de flores vívidas que en verano, se desprenden juguetonas desde los altos robles, esos mismos que fueron sembrados por ella y Mauricio Escobar.


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