Un gallinzo me robó el sombrero
- Juan Francisco Delgado Cuadrado

- 10 sept
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Me desempeñaba como corralero en una hacienda muy grande en la región de Urabá, en los años ochenta; por ser el primero que debia llegar al corral para acondicionar todo para la faena de ordeño, me levantaba al filo de las cinco de mañana, esa hora la mayoria de las personas aun dormían
Una de esas mañanas frias por la acción de los vientos alicios que vienenen por el mar Caribe; a eso de las seis mientras separaba los terneros de las vacas de ordeño y las ponia en condiciones o sea amamantaba el ternero y lo amarraba a la pata de la vaca, observé una banda de gallinazos o goleros como los llaman aquí en la costa Atlántica, los cuales se posaban en la punta de los postes del corral con la mirada fija observando todos los movimentos que haciamos tanto las perosnas como el ganado.
Así pasaban los dás, las semanas y los meses; hasta que un día cuando el sol declinaba; me fuí al corral a ver como estaba todo y me quedé parado en medio del corral. Estaba absorto y tan inmovil que al parecer me convertí en un poste más y de pronto fuí sorprendido por uno de esos gallinazos que solían llegar a ese lugar; no puede evitar en ese momnento el pánico que sintí al ver que ese ave se aproximó y de repente sentí que se posó en mi cabeza, sentí pavor al notar ese animal sobre mí y dí un gran salto y el pájaro aprovehó para alejarse de mí, con tal suerte que éste se asusto y en la huida se llevó el sombrero concha e jobo que yo tenía puesto.
Lo ví como se perdía en lontananza rapidamnate sin soltar la prenda robada, cada vez lo veía alejarse más y más hasta que lo perdí de vista.
Fué entonce cuando pensé vengarme de el pillo; armándole una trampa; puse un sebo en la punta de los postes del corral, ahi todos los días dejaba un padezo de carne con el fin de amañarlos y así poderlos sorprender en algún momento.
Mientras tanto los días transcurrian como si no tuvieran afan y yo continuaba con mi rutina de ordeñaador y vaqueria.
Una tarde cuando el sol de verano daba sus últimos resplandores y todos se disponian para recibir la noche; entré a la casa donde vivia y salí provisto de un largo cordel que en la punta pendía un suculento pedazo de carne.
Lo puse sobre la punta del poste de entrada al corral donde solian pararse los gallinazos y me escondía al extremo de la estancia con la otra punta del cordel amarrda en la mano derecha, no transcurrió muchos munitos cuando ví que en forma rápida llegaron dos hambrientos chulos que de inmediato se precipitaron sobre la presa, ambos querian llegar primero para hacerse a la carnada y se trabaron en una tremenda pelea hasta el punto de caer al suelo para continuar con la disputa. Por fin uno de los dos se quedó con el lugar y de forma rápida tomó la carne y la engulló de inmediato.
Acto seguido dispuso su retirada del lugar lo dejé que se remontara un poco y como si fuera un pez que se traga el anzuelo lo empece a recoger la cuerda tal como sucede cuando se baja un barrilete, el ave luchaba y se resisstia a dejarse atrapar, pero todo le era imposible porque lo traia con tal fuerza que no le daba tiempo para alejarse, cuando llegó a pocos metros de mis manos este animal hizo un últimos esfuerzo aprovechando su recurso para alejarse de mi; descargando todo el contenido de su estómago sobre mi humanidad dejandome completamente bañado de tan putrefacto olor.
Fué tal el vómito que recibí que quedé bañado de pie a cabeza y con un olor nauseabundo y de inmediato me dí cuenta que quien se vengó fué el ave dejando una marca olorosa en todo mi cuerpo.
Como experiencia me quedó, que no hay enemigo pequeño.




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