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El Chilapo en Urabá: crónica de un encuentro cultural





Introducción.


Hubo una época, en la primera mitad del siglo XX sobre todo, en que se podía decir que, en Colombia, todos los caminos conducían a Urabá. Diversas poblaciones del país confluyeron, por similares razones, en aquellas promisorias tierras de Urabá. Entre esas poblaciones se destaca a los chilapos, población de origen rural primordialmente del departamento de Córdoba,  Esta breve crónica histórico-cultural, en donde se hace un recorrido por las motivaciones y rutas que  llevaron a los chilapos desde sus territorios ancestrales hasta la subregión de Urabá, intenta deslindar, a través de una mirada antropológica, sus costumbres autóctonas, su universo social, su rica y particular cultura y cómo se desarrolló el encuentro intercultural con las distintas poblaciones con que establecieron contacto en Urabá.


También se describen y analizan las distintas formas con que dicho pueblo ha intentado conservar una identidad cultural propia en medio de la diversidad, y cómo ha luchado por preservar algunas tradiciones fundamentales de su cultura. Se presentan aspectos de su vida cotidiana, sus festividades, su cocina, su arte, su habla, sus sanaciones, sus aportes al desarrollo de la subregión de Urabá y en general su cosmovisión


Hacia Urabá hubo varias rutas de migración poblacional. Fue ya muy adentrados en los años de la bonanza de la tagua y la explotación extractiva de recursos maderables, a principios del siglo XX, cuando llegaron los bolivarenses por el mar y, por selva y ríos, las comunidades chocoanas derivadas de los comercios esclavistas negreros de siglos anteriores; también se dieron las oleadas procedentes de la sabana cordobesa que se desplazaban en busca de trabajo y algunos con la intención de abrir mejoras en la tierra que luego vendían para regresar a sus pueblos de origen.


Los cordobeses campesinos de ancestros zenúes en Urabá reciben el apelativo de chilapos como una marca étnica y geográfica.. La etimología de dicho término, “chilapo”, tiene varias razones explicativas desde la tradición oral, como por ejemplo, la que dice que  deriva del nombre de un cacique indígena llamado  Chilapó, asociado éste a las dos mochilas que de tradición usaban: una de tamaño grande, cuyo nombre era “chilapón”, donde cargaban la comida y cualquier otro elemento como los bollos de maíz; y la segunda, era denominada “chila”, por ser más pequeña  y era usada  para cargar los tabacos.

 

 La presencia  de los chilapos en Urabá  es de gran relevancia en el desarrollo cultural y económico desde la primera mitad del siglo XX. Los chilapos fueron empujados hacia la subregión de Urabá, debido a la violencia bipartidista a nivel nacional y que impactó de manera drástica al departamento de Córdoba (año 1949 en adelante). Además, fueron desplazados por falta de tierras para cultivar sus alimentos de pancoger. Debido a que empezó a darse el auge de la agroindustria  algodonera y la expansión de latifundios ganaderos, por tanto, fueron desterrados de sus territorios ancestrales, presentándose así una migración hacia Urabá principalmente.  


Cada pueblo o sociedad tiene definidas unas formas particulares de vivir la cotidianidad, de hacer frente a la adversidad de la vida y el tiempo; para ello, se valen de la cultura, de su imaginario colectivo que es ese complejo sistema de símbolos, ritos, prácticas, objetos y normas internas con que aseguran la estabilidad y supervivencia del grupo poblacional.  En ese sentido, la cotidianidad del chilapo estaría representada por manifestaciones simbólicas y reales que revelan una  forma particular de ser en el mundo, una interacción con  su entorno ecológico y social. El espíritu festivo, alegre, relajado es, pues, un rasgo identitario profundo del chilapo, lo hace visible en su proclividad al jolgorio y la jocosidad con que afronta la vida, expresado tanto en su cotidianidad como en sus rituales.



La manera como se viste, habla, canta, baila, bebe, come, llora, sueña, ríe y se relaciona, forma parte de ese complejo y fino sistema de concepciones, a través del cual desarrolla su vida tanto privada como pública. Ahora, cuando esta particular forma cultural de ser en el mundo se desarrolla en interacción con otras culturas en un mismo territorio, se genera un fenómeno sociocultural llamado interculturalidad, el cual a veces se da de manera armónica, y a veces de forma conflictiva, caso notorio en Urabá, con respecto a los chilapos      


La gran mayoría de los primeros hombres llegaron a trabajar como obreros rasos en las fincas bananeras de propiedad de industriales agrícolas alemanes y estadounidenses.  Muchos de los colonos que llegaron y habitaron en campamentos dentro de las fincas bananeras, luego fueron sacados de allí, debido a la violencia existente entre grupo armados. De esa forma se vieron conminados a invadir , en medio de la noche azarosa  vastos terrenos y se fundaron barrios informales en Chigorodó, Carepa, Turbo y Apartadó. Ejemplo de ello, las dos grandes invasión son El Bosque, en Chigorodó, y La Chinata, en Apartadó. Del mismo modo, se asentó un gran número de pobladores cordobeses por los lados de Unguía,  Gilgal, Tanela, Tumaradó y otros poblados  rurales y urbanos   del departamento del Chocó; los nativos chocoanos e indígenas llamaron al cordobés, chilapo, reconociéndoles su gran capacidad para derribar selva a punta de rula y hacha, aspecto que bien narra el escritor  Mario Escobar Velásquez en muchas de sus novelas, en especial en Un hombre llamado Todero, y Urabá en hechos y en gentes (1504-1980). De acuerdo con el autor, el chilapo es un ser dedicado a la agricultura, así lo reseña en su literatura pensada desde Urabá.     

Una vez fue creciendo la población, comenzaron a trenzarse alianzas estratégicas familiares y grupales, con el fin de fortalecer y conservar sus costumbres en medio de esa polifonía de culturas configuradas en la región, de ahí que es común    encontrar familias con apellidos tan cordobeses como: Padilla, Payares, Villalobo, Pitalúa, Causil, Espitia, Reboyedo, Ávila, Cabrera, Villalba, Vidal, Cantero, Doria, Negrete, Morelos, Cabarca, Agamez,  Prioló, entre otros. Por otra parte, el habla, la cocina tradicional, el vestido, la música, las creencias religiosas, su cosmovisión e idiosincrasia, pilares fundamentales de cualquier cultura, se constituyeron en guardianes de la cultura chilapa.

 

Se debe reconocer a los chilapos como uno de los pioneros del desarrollo cultural y económico que desde la primera mitad del siglo XX prendió motores en la subregión de Urabá. Adonde quiera que se trastea el hombre lleva consigo sus bienes culturales, materiales e inmateriales: sus chócoros o bártulos, sus costumbres, su música, sus semillas de alimentos ancestrales, sus animales de corral; no es raro, aún ver pavos, patos, gallinas y puercos —todos bien alimentados con maíz de la región— viajando con los pasajeros en los capacetes de los insignes camperos llamados UAZ.

Gradualmente estos trabajadores, campesinos joviales, fueron aportando nuevos contextos al exótico bosque cultural que es Urabá, de tal manera que el pedazo de ambiente cordobés que trajeron huele a mango maduro, a chirimoya, a mamey, a tamarindo, a zapote de carne, a níspero, a guayaba, a patilla, a badea, a melón. Que no falte el maíz, la yuca, el ñame ñampí o morado, el ñame mestizo, la batata, el arroz campesino, la leche, el queso y el suero, alimentos que pueden considerarse componentes ancestrales de la familia sinuana. Aquí y allá sembraron coloridos huertos con ají, habichuela, calabaza, ahuyama, cebollín, berenjena, patilla; una alegre sinfonía de músicas, bailes, rituales,  cantos, vallenato sabanero, olores, sabores y colores traídos por los chilapos  y así se introdujo su cultura como una estrofa más del complejo y rico himno cultural de la subregión de Urabá. 


Allí, los chilapos han sido objeto de malos tratos, de exclusión social, de rechazo por parte de algún sector de la población urabaense, sector que tal vez desconoce los resortes, tejidos históricos y sociales que subyacen en los hechos de la vida cotidiana. Para ello crean relatos, cuentos, mofas, chistes que ofenden, burlas que hieren y toda clase de expresiones tendientes a poner en el lenguaje corriente o popular, sus reproches en contra de los otros pobladores ajenos a su cultura. Así, es bastante frecuente escuchar en las calles frases agraviantes como “Quítate de ahí, chilapo de mierda comeburra”; o se refieren en términos injuriosos como “oye, tú, perezoso, chilapo atravesao comeñame”; algunos llegan a límites del insulto mayor al expresarse en conversaciones de plaza pública con frases desobligantes


como: “Hombe, qué va: si el chilapo no es gente”, “chilapo tenía que ser”,  Así pues, se presenta un juego de hostilidad social en el lenguaje cotidiano y popular en contra del chilapo.

Esta situación, reforzada por los brotes de violencia que ha hecho de la región una tragedia, pero también de oportunidades, ha convertido a los chilapos en una población vulnerable y vulnerada, estigmatizada por los grupos armados que han sembrado terror y muerte en sus predios, despojándolos de sus parcelas. Y es que cualquier vicio o pecado social se les achaca de buenas a primeras. Pareciera que existiera un sospechoso consenso implícito entre alguna parte de la población para ultrajar su dignidad. Porque desde el punto de vista de las evidencias, no existen razones para tan alevosas acusaciones.


El interés histórico, cultural y literario acerca del chilapo, es de medular importancia en la tarea de describir con mayor riqueza, tonos y matices (reales e imaginarios), sus costumbres, acciones que están dirigidas a ofrecer una imagen social y cultural más completa y justa; qué mejor podría ser que desde una obra de teatro o novela pensada  por algún escritor asentado en Urabá o fuera del territorio. El escritor Mario Escobar Velásquez  puso la mirada y tinta en alguno de sus libros, como en Relatos de Urabá. En el fondo, se trata de cambiar la concepción errónea y despectiva que pesa sobre éstos y que hace eco en la población urabaense, desconocedora de la riqueza cultural de los descendientes de los zenúes, de campesinos trabajadores provenientes de los valles del San Jorge y alto Sinú


En épocas de Semana Santa no les puede faltar delicias como el proverbial “mongomongo”, exquisito manjar que las abuelas preparan con paciencia, al que revuelven despacio con el palote de madera, por horas, hasta que esté listo. El “mongomongo” es un dulce que, debido al plátano bien maduro, a la panela, clavos de olor, canela y otros secretos indispensables de la casera receta, toma un olor exquisito que impregna todo el ambiente doméstico, la ropa, el paladar y la memoria.  Con este término, chilapo, se refirió el escritor al personaje en mención, y qué mejor manera para conocer su origen que acudir a estos relatos, obra que les da la palabra para que sean ellos mismos quienes cuenten su historia.


“Nosotros, los que usted y los antioqueños y los bogotanos llaman chilapos, descendemos de indios que antes poblaban estas llanuras” P.80.

Tenemos entonces que el motivo por el cual el chilapo, en su condición de campesino, empezó su tránsito fue por el tema de la accesibilidad a la tierra para instalarse y trabajarla. En la historia de Antioquia, Urabá fue la última colonización. Recordemos que por allá a comienzos del siglo XX la presidencia de Rafael Reyes  


Y no se trata de una mera mención, sino que el escritor realiza un análisis de esta expresión.

“Pisarse” sabe y suena a tierras dejadas de prisa. Ha muerto que no hay que pagar. A mujer sin adiós dado, ni recibido de ella. Atrás se queda lo vivido, y adelante, está todo él, no se sabe del albur. Atrás lo vivido gastado. Adelante la vida para usar.”

Dichos relatos exploran un paisaje natural y también un paisaje humano. En esas páginas se recorre toda la complejidad de un reino particular; el reino del chilapo.

 

Iván Graciano Morelo Ruiz

Profesor, escritor y poeta


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