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El secreto que nos puede salvar


Cual si hubiese mordido la manzana de la discordia, me siento poseído por un estado de ánimo jamás experimentado y que me arrastra hacia tópicos de inquietantes fisonomías que simulan frecuencias de desconocida índole y que me obligan a indagar sobre cuáles serían sus posibles desenlaces en un mundo tambaleante en sus cimientos de milenarias datas ahora amenazados de colapso insalvable porque lo que sucede en un rincón planetario percute idéntico en otras latitudes consideradas remotas si se tiene en cuenta la distancia sideral que las cobija


Un curtido docente dicta su última clase académica declarándose vencido ante sus estudiantes a quienes ya no reconoce procedentes del ayer histórico de la marcha del tiempo en la enseñanza. Unos sapos, en otro escenario remoto, se vuelven caníbales movidos por dos fuerzas insoslayables: la escasez de alimentos y el control biológico dictado por las leyes intuitivas de un funesto salto cuantitativo de la evolución alterada.


La aldea global se revuelca en una cloaca inmunda que pisotea la proclamada carta de los derechos humanos en aras de unas políticas aberrantes que se resisten a admitir el fruto de sus pedagogías otrora ineludibles por la vehemencia con que fueron impuestas.


La maravilla del cine y de todo lo que se ha desencadenado por el fenómeno de la imagen en movimiento, me obliga a beber esto en una serie de Netflix llamada REVOLUCION Los nobles son el 1%, pero tienen el 99% de la riqueza. Las leyes son creadas por ellos y para ellos.


Los poderosos son grandes porque nosotros estamos de rodillas. El pueblo se levanta.

La gente no ataca lo que le teme.


Nuestros enemigos son muy ricos, muy poderosos. Pero les voy a decir un secreto, nos tienen miedo porque saben que si unimos nuestras fuerzas somos infinitamente más que ellos, suficientes para intentar impedir lo peor.”

Y en El Bazar de la Caridad: “El miedo es el peor enemigo del progreso. El miedo frena el progreso. El progreso es libertad.”


Constato la llegada de lo predicho por German Hesse y que bebí sediento desde adolescente de los labios sabios del mítico sacerdote José Heriberto Zapata Durango en los púlpitos de ébano de la incipiente iglesia parroquial de San Pedro de Urabá por los años setenta: “Homo, hómini lupus.”


La televisión muestra descarnadas imágenes en vivo de autoridades estatales de todos los países del itinerario inhumano, masacrando indefensos inmigrantes transcontinentales que tratan de llegar a Estados Unidos para alcanzar el sueño americano que fraguaron en el luengo coma inducido durante años que les hizo ver en Norte América el Paraíso Terrenal.


No quiero escribir porque sé que ya nadie lee. Es el colapso anunciado que ya llegó. Y aunque lo habían pronosticado, se vino encontrándonos desprevenidos.


De seguro alguien está a punto de decirme, “Padre, está viendo demasiado cine.” Perfecto. Cada obra del séptimo arte procede de obras maestras de seres que vertieron en el papel lo que la mente lúcida columbraba a la distancia insospechada de quienes transitamos sin saber cuál era el camino, igual que Alicia en el País de las Maravillas.


¿Estupefactos nos quedaremos viendo descorrerse el velo que va dejando descubierto el nuevo caos en el que estamos entrando?

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