De la abundancia del corazón habla la boca
“Si digo que no la quise estoy mintiendo
porque en verdad yo la quería
y si digo que la quiero también miento
porque ya la aborrecí.
La trataba con decencia y me salía con grosería.
Y yo no le he dao motivo para que portara así.
Si yo a ella nunca la he tratado a las patadas
ni la iba a encañonar para que me quiera.
Tan decentemente como yo la trataba
entonces ¿por qué razón se portó grosera? (bis).
En todo caso perdona mi gran equivocación (bis).
El otro día me contaron que me odia por el color (bis).
Mi color moreno no destiñe,
pero perdona mi equivocación” (bis).
Del indiscutible maestro del folklore caribeño colombiano, Calixto Ochoa, tomo esta emblemática joya musical para disertar a raíz del episodio bochornoso de la señora que puso el dedo en la llaga durante las recientes marchas en contra de las políticas del actual gobierno nacional y que fue la tarima desde donde se lanzaron expresiones que muestran la verdad del Evangelio: “ex abundantia cordis os loquitur” (de la abundancia del corazón habla la boca” Mt 12,34).
Pese al escándalo que ha desatado la señora con sus palabras sobre la vicepresidenta Francia Márquez, detrás de su energumenidad, estamos todos y cada uno de los colombianos suscribiendo su intolerancia frente a lo diferente.
Y aunque me vuelva recurrente, debo apoyarme en nuestro nobel García Márquez, cuando, en Cien años de Soledad, describía el desencanto desconsolado de Úrsula Igualan a punto de dejar este mundo:
“Se dio cuenta de que el coronel Aureliano Buendía no le había perdido el cariño a la familia a causa del endurecimiento de la guerra, como ella creía antes, sino que nunca había querido a nadie, ni siquiera a su esposa Remedios o a las incontables mujeres de una noche que pasaron por su vida, y mucho menos a sus hijos… Llegó a la conclusión de que aquel hijo por quien ella habría dado la vida, era simplemente un hombre incapacitado para el amor…. (Cien Años de Soledad, editorial Norma, Bogotá 1997, p. 246).
“Pero la lucidez de la decrepitud le permitió ver, y así lo repitió muchas veces, que el llanto de los niños en el vientre de la madre no es un anuncio de ventriloquía ni de facultad adivinatoria, sino una señal inequívoca de incapacidad para el amor” (op. cit. 247).
Pero Amaranta Úrsula columbró la esperanza en la estirpe macondiana:
“A través de las lágrimas, Amaranta Úrsula vio que era un Buendía de los grandes, macizo y voluntarioso como los José Arcadios, con los ojos abiertos y clarividentes de los Aurelianos, y predispuesto para empezar la estirpe otra vez por el principio y purificarla de sus vicios perniciosos y su vocación solitaria, porque era el único en un siglo que había sido engendrado con amor” (op. cit. p. 399).
Leyendo esta obra, nos entendemos todos. Siglos de exclusiones y de “canibalismo” en el sentido de devorarnos, instigados por las élites dominantes, se nos han vuelto como una segunda naturaleza de la que no podemos desprendernos tan fácilmente cual si fuese una piel de lagartija.
Por la boca de la furiosa doña de la marcha, hablamos todos, excluidos y excluyentes.
Ella, en una acción profética nos ha diagnosticado nuestro estado colectivo. Ella es un emisario que nos ha traído un anuncio.
Cuando una plaga llega a un cultivo, viene a advertirnos que a las plantas les faltan nutrientes esenciales. En Santa María de la Antigua del Darién había indígenas mejicanos el día que arribaron los españoles que habitarían la recién fundada ciudad. Llenos de espanto, se fueron orondos y, llegados a su tierra, se entrevistaron con el emperador Moctezuma y le contaron lo presenciado en los contornos del Golfo de Urabá. Y el gobernante del imperio azteca los mandó a ejecutar para que no cundiera el pánico.
En Israel mataban a los profetas que visionaban el funesto futuro con las consecuencias de las malas acciones del presente.
Ahora procesarán a la señora boquisucia. Es el chivo expiatorio de siempre. Pero la amenaza sigue latente.
Invito a seguir la consigna de Antoine de Saint Exupéry en El Principito:
“—Entonces te juzgarás a ti mismo —respondió el rey. —Es mucho más difícil juzgarse a uno mismo que juzgar al prójimo. Si logras juzgarte correctamente, eres un verdadero sabio” (El Principito, México, Ediciones Suromex, S. A, p. 52).
Eliminando los mensajeros no se logra extinguir la plaga o evadir el peligro que igual que la espada de Damocles pesa sobre nuestro devenir latente.
Aprendamos la lección sabiendo leer en los acontecimientos las claves hermenéuticas que manda Dios, porque sólo con ellas será posible una lectura adecuada como herramienta contundente para fraguar el país que todos soñamos.
Aninzeraula
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