¿Escuelas o Cuarteles? Hacia dónde va la educación pública en América Latina
- Felipe Ramírez Castillo
- 22 ago
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Por Felipe Ramirez Castillo, Neurosicologo
El reciente nombramiento de la capitán Karla Edith Trigueros al frente del Ministerio de Educación del Salvador, ha encendido las alarmas en el ámbito académico y social de América Latina. No se trata de un simple cambio de gabinete, sino de una decisión que cuestiona la naturaleza misma de la educación.
La preocupación, expresada de manera contundente por el Frente Magisterial Salvadoreño, se centra en la inexperiencia de la nueva ministra en temas pedagógicos, sociológicos, psicológicos, del desarrollo humano y en la evidente inclinación hacia una disciplina de corte militar, evidente en sus primeras directrices.
La orden de exigir "uniforme limpio, corte de cabello adecuado y presentación personal correcta" no son, en esencia nocivos, podría sonar a simple control de calidad y establecimiento de límites y disciplina necesarios en cualquier tipo de organización social, pero en el contexto de una cartera ministerial de educación, estos lineamientos podrían revelar una mentalidad que privilegia la obediencia, la uniformidad y la estandarización sobre la creatividad y la libertad de pensamiento.
El reconocido pedagogo brasileño Paulo Freire, plantea que la educación es un proceso de liberación y transformación social. Su propósito es empoderar a los individuos para que se conviertan en sujetos críticos y transformadores de su realidad, Freire critica la educación bancaria, donde el sistema educativo y la sociedad deposita conocimientos en el estudiante como si este fuera un recipiente vacío.
En contraste, Freire propone una educación dialógica, donde el conocimiento se construye en un constante intercambio entre la familia, la sociedad, el estado, el educador y el educando. Una visión militar de la educación, que impone normas y sanciona la omisión como "falta grave administrativa", es la antítesis de la propuesta Freiriana. En lugar de un diálogo, se establece un monólogo de poder, donde la autoridad es incuestionable y la crítica es castigada. La escuela deja de ser un espacio de construcción colectiva de conocimiento para convertirse en un centro de adiestramiento.
La lógica militar, basada en la jerarquía, la obediencia y la estandarización, es incompatible con la complejidad y la diversidad del proceso educativo. Un cuartel busca la eficiencia a través de la uniformidad y el control total sobre los individuos. En la educación, en cambio, se busca el desarrollo integral de la persona, lo que implica fomentar la individualidad, la curiosidad, la creatividad, la innovación, la argumentación y la capacidad de cuestionar.
Boaventura de Sousa, nos enseña que el conocimiento no es monolítico, sino que se construye a partir de una multiplicidad de saberes, incluyendo los conocimientos populares y los saberes no académicos. La imposición de una visión única y jerárquica de la educación, como la que podría promover un enfoque militar, iría en contra de esta riqueza epistemológica. En lugar de valorar la diversidad de conocimientos y experiencias de la comunidad educativa, se busca homologar a todos los estudiantes y docentes bajo un mismo patrón, desconociendo el contexto, la cultura, las creencias y los cambios que se producen en los diferentes ciclos etarios del desarrollo humano. La educación no es una guerra que se deba ganar con disciplina y orden.
Es un proceso social complejo que requiere sensibilidad, inversión de recursos, conocimiento profundo de pedagogía, sociología, psicología, antropología, historia, desarrollo humano y la capacidad de escuchar y construir consensos.
La educación es un motor de cambio social, y su propósito es empoderar a los oprimidos. Al militarizar la educación, se corre el riesgo de convertirla en un instrumento de control social, un mecanismo para perpetuar las estructuras de poder existentes. Esto es particularmente peligroso y preocupante en un contexto latinoamericano, donde las desigualdades sociales son profundas y la educación es uno de los pocos mecanismos para la movilidad social.
Llevar la educación hacia un enfoque de corte militar no solo es pedagógicamente regresivo, sino que también es políticamente peligroso, es un tema que debe ser analizado con lupa desde los diferentes sectores de la sociedad. Al privilegiar la disciplina sobre el pensamiento crítico, se busca formar ciudadanos pasivos y obedientes, incapaces de cuestionar el statu quo.
Esto es un riesgo para la democracia y el estado social de derecho. La educación, como derecho fundamental y pilar de la democracia, debe formar ciudadanos capaces de participar activamente en la vida pública, de defender sus derechos, de exigir rendición de cuentas y hacer control social y político a sus gobernantes. Un enfoque que promueve la obediencia ciega va en contra de estos principios.
Finalmente, como sociedad debemos reflexionar sobre el verdadero sentido de la educación, la escuela debe ser un espacio para el florecimiento de la individualidad, la diversidad de pensamiento y la construcción colectiva de conocimiento. La educación de un país, no puede ser gestionada como un cuartel. Los estudiantes no son soldados, no están allí para obedecer órdenes sin cuestionarlas. Están allí para aprender a pensar fuera de la caja, a debatir, a argumentar, a despertar su creatividad, colaborar y a construir su propia visión del mundo. Un entorno excesivamente rígido, donde la obediencia a la autoridad es el valor supremo, genera temor y reduce la capacidad de los estudiantes para innovar y para asumir riesgos intelectuales, pilares del aprendizaje significativo.
Referencias
De Sousa Santos, B. (2007). Conocer desde el Sur: Para una cultura política emancipatoria. Fondo de Cultura Económica.
Freire, P. (1970). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI Editores
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