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La insostenible carrera contra el tiempo



Los seres humanos hemos nacido para ser y desarrollarnos como humanos, no para competir contra la impuesta y cruda existencia materialista de las cosas. Lo que ha generado un conflicto social sin medidas es eso lo que llamó el filósofo Jean Jacques Rousseau en uno de sus máximos escritos de filosofía y política “ El contrato social


Hemos nacido de pequeñas partículas de formaciones anatómicas, cuál inmenso conjunto de átomos que hacen su perfecto engranaje para darnos vida, pero no una vida cualquiera, sino con vasto conocimiento inconmensurable, que se forma por la naturaleza misma de manera majestuosa al interior del órgano mejor dotado de inteligencia, ese cerebro humano al cual hago la venia


Parece ser que el siniestro que estamos viviendo en el planeta tierra ha sido causado por el mismo hombre, ese ser que se ha dejado influenciar más por el estado materialista de las cosas; y no por el discurrir vislumbrante de la mente humana, es decir, hemos pospuesto la vida misma a un segundo plano para darle paso a los medios que están acabando con nuestra misma existencia.


El poder, la apología política, la apología religiosa, los dogmas sociales y demás contraposiciones impuestas socialmente, se dejan entrever con sus máximas expresiones fanáticas… Lo que enloda la forma deliberativa de análisis del ser racional, no obstante, las diferentes posiciones objetivas y subjetivas que se planteen al interior de un debate deben hacerse de manera consensuada para no perder inicialmente el objeto de las ideas, bien sean erradas o acertadas.


Nuestra pérdida deliberada del tiempo, donde estamos asumiendo posiciones extremas desgastantes tales como: atender más al celular, trabajo, entretenimiento y demás cosas que producen adicciones… Lo cual nos direcciona a un mundo lleno de patologías cognitivas, muestra de ello ataca brutalmente a las personas sedientas de poder, siendo esto quizás más descomunal que la metástasis de un cáncer enquistado en nuestras células.


Contario a esto deberíamos poner en práctica el valor de la vida en familia y a nuestros congéneres que nos necesitamos recíprocamente… Emplear más tiempo en un libro, al comer sano, hacer ejercicio físico y mental, etc.


Con esto, no quiero decir que sea menos importante el trabajo y demás cosas, pero sí debemos dar un orden a la prelación de las mismas en nuestra existencia que es una sola. Porque solo somos materia y energía que, al cesar todas nuestras funciones cerebrales y terminaciones nerviosas, pasamos a ser el polvo en el que nos hemos de convertir.


Ya dejémonos de materialismos banales, que solo acrecientan los egos abominables de los humanos deshumanizados, retomemos el control del ser pensante de la evolución o creación. Según su creencia.


Como naturalmente hemos nacido para morir, decido, desde ya, emplear más el tiempo en cosas significativas e importantes, conjugando entre una cosa y otra. Pero dándole el verdadero valor a la vida, el tiempo perdido jamás será recuperado. Por eso, antes de perecer, decido vivir plenamente en cuerpo y mente.


Eso sí, más humano, más pragmático y elocuente contra la insostenible carrera del tiempo, y dejar de desgastarnos por el afán de acabar el planeta con los malos hábitos de vida. Esos que generan un tóxico al querer devorar todo como consumidores maniáticos y compulsivos.

 

Nuestro cerebro está por encima de toda inteligencia, supera lo artificial…  Tanto que crea y modifica supersticiones en mitad de sus teorías sin prueba alguna de que existan; pero lo lleva hasta tal punto de creer en una fe ortodoxa que para desviarla se necesita mucho estudio.


La mente humana es la parte más maravillosa de la evolución o creación, porque en el lapso de vida – muerte, es la que nos ubica terrenalmente entre el espacio y el tiempo, entre el bien y el mal, entre la razón del ser y deber ser, aunque no nos permita mantenernos físicamente bajo el efecto del elixir de la eterna juventud y, a la final, terminamos perdiendo la carrera contra todo pronóstico del temido tiempo.  


Elio Alberto Rodríguez González.

Abogado

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