La soledad de los sacerdotes
Cuando pensamos en la soledad, nos llega a nuestra mente un sin número de ideas que nos hacen pensar en aquellos momentos de nuestras vidas por los cuales pasamos todos.
Quiero buscar qué significa la palabra soledad, esta frase que tantas veces hemos mencionado, quizás sin tener en cuenta su significado. Si consultamos al diccionario de la RealAcademia Española (R.A.E), este nos dice: “carencia de compañía. Desierto”. Me quedo con estas dos acepciones para el tema que nos compete, puesto que si miramos y pensamos en todo lo que nos rodea muchísimas veces nos encontramos solos, vagando en un torbellino de pensamientos lejanos donde carecemos de toda compañía. Son instantes en que anhelamos estar completamente solos, con el fin de meditar para recomponer nuestras vidas agitadas por una alucinante carrera contra el tiempo y contra todo.
Una vida así nos traslada a un desierto donde carecemos de casi todo por voluntad propia.
Esta reflexión me conduce a otro tipo de soledad y a otra manera de confrontarla, me refiero a esa soledad enfermiza que nos lleva a la tristeza, a la melancolía, a un estado mental igual a la depresión, la ansiedad o el miedo, a esto lo llaman soledad emocional.
Hay otras soledades que están por allí al alcance de nuestro pensamiento, creo que otra manera de sentirnos solos es cuando tenemos muchísimas personas a nuestro alrededor, pero ninguna de ella significa compañía para nosotros porque no hay nada que nos una a esas otras personas que se mueven a nuestro lado. Es el caso de cuando transitamos por las grandes ciudades en momentos de muchísima aglomeración, en vez de sentirnos felices por estar con tantas gente es todo lo contrario, sentimos miedo por nuestra inseguridad frente a los desconocidos.
La mayoría de las personas buscan compañía ya sea en el matrimonio o en aquellos lugares donde se sienten acompañadas de otros que comparten sus ideas y sus vidas. Quienes nos decidimos por el matrimonio lo hacemos porque creemos que tendremos acompañamiento hasta los últimos días de nuestras vidas.
Hay otros que su vocación es la vida religiosa buscando en ella otra manera de vivir, pero es allí donde se van a enfrentar a una vida solitaria acompañada por momentos como son las celebraciones religiosas y aquellos donde prestan una asistencia social. Pero en su mayoría de las horas están completamente solos como dice una canción. Y de momento solamente pueden pensar en la canción de Rolando La serie
“Hola Soledad
no me extraña tu presencia
Casi siempre estás conmigo
Te saluda un viejo amigo
Este encuentro es uno más.”
Y de esta manera van pasando los días en viejas o nuevas parroquias con sus habitantes, pues decidieron entregar sus vidas en una soledad lenta, paquidérmica y en muchas ocasiones enfermiza; por esta razón a muchos les puede y por ello los feligreses deberíamos tener un poco de consideración con estos seres inigualables, resignados a un servicio incomprendido, muchísimas veces criticados porque no valoramos el sacrificio de una vida sacerdotal en toda su dimensión.
Por el hecho de ser presbíteros a veces creemos que son cuerpos gloriosos, que no sufren las inclemencias de la vida como todo ser humano.
Los sacerdotes también sienten como los demás y a veces se desesperan porque las cosas no salen como quisieran. En estos momentos es cuando más comprensión necesitan de sus ovejas descarriadas que tienen un pastor muy cerca que los puede guiar por un camino mejor si todos estamos dispuestos a recorrerlo juntos.
Preciso es sin embargo, admitir que la soledad es el ambiente en el que se logra sintonizar con la armonía planetaria. Dios habla en el silencio. Personajes emblemáticos de la fe, dígase Moisés, buscaron en la aridez apabullante del desierto, la gracia sinigual de escuchar e interpretar el mudo lenguaje del silencio. Abraham dándole una sarapa y un cántaro de agua a su criada Agar, cuando ya había engendrado en ella a Ismael, la llevó al desierto donde ella se encontraría con Dios.
La Magia del desierto fue el horizonte de la arquitectura de la Iglesia Primitiva, pues a él huyeron los primeros creyentes del evangelio luego del Edicto de Milán en el que Constantino declaró al cristianismo la religión oficial del Imperio en el año 313, cesando con ello las persecuciones. Entonces, al no tener perseguidores, los cristianos buscaron la mortificación corporal. Nació el ascetismo de la vida monástica. Allí se refugiaron y se les denominó: monjes, es decir solos. Detrás se fueron los fieles. La estructura de los pueblos que trajo España al Nuevo Mundo aún conserva ese vestigio antiquísimo: una plaza alrededor de la cual siempre hay un templo. Los desiertos se poblaron de cristianos que armaron sus casas al lado del monasterio.
Esto, tan sintomático, debería ser la clave hermenéutica para interpretar la soledad sacerdotal. Es una mutua compañía. Pero, “entre santa y santo, pared de calicanto.” “Cada lora en su estaca.” “Ni tanto que queme al santo, ni tan poquito que no lo alumbre.”
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